Comentario
Cómo los oficiales reales y otros caballeros y capitanes prendieron al Adelantado, y de lo demás que sucedió
Después que el Adelantado volvió de la guerra de los indios Yapirúes, se ofreció despachar al Maestre de Campo a la provincia de Alcaay a la pacificación de los indios de aquella comarca que andaban bastantemente turbados y alborotados para cuyo efecto partió de la Asunción con 250 soldados, muchos indios amigos, y los capitanes correspondientes. Seguidamente en este tiempo los oficiales reales determinaron poner en ejecución sus designios, convocando para ello a los que tenían de su satisfacción, diciéndoles que convenía al servicio de S.M. que prendiesen al Adelantado, porque gobernaba como tirano, excediendo en todo la orden de S.M., e instrucciones que su real Consejo le había dado, añadiendo otras razones aparentes, que moverían a cualquiera que no estuviese muy sobre sí, como Felipe de Cáceres, que con su altivez y ambición fomentaba estas novedades, tomando por motivo que en cierta consulta que se había ofrecido, le había tratado mal de palabras, y que en este acto su sobrino Alonso Riquelme le había tirado una puñalada; de tal manera supo persuadir a la gente, que redujo a su voluntad la mayor parte de los capitanes, y así procuraron lograr la ocasión de la ausencia del Maestre de Campo y otros amigos del Adelantado, el cual a la sazón se hallaba en cama purgado.
Dícese que fueron sabedores de esta conjuración algunos criados del gobernador, en particular Antonio Navarrete y Diego de Mendoza su Maestre Sala, que tenía particular amistad con el contador y aun posaba en su casa. Halláronse en esta conjuración doscientas y más personas, y entre ellas, y como de los más principales factores el Veedor Alonso Cabrera, el Tesorero García Venegas, el capitán Nuño de Chaves, Jaime Resquin, Juan de Salazar y Espinosa, Alonso de Valenzuela, el capitán Camargo, Martín de Orué, Agustín de Ocampos, Martín Suárez de Toledo, Andrés Fernández el Romo, Hernando Arias de Mancilla, Luis de Osorio, el capitán Juan de Ortega, y otros oficiales y caballeros; y tomando armas, se fueron una mañana a casa del Adelantado, el cual fue avisado de la venida de esta gente, antes que entrasen en el patio, y dejándose caer en la cama, se armó de su cota y celada, y tomando una espada y rodela, salió de su sala, a tiempo que entraba toda la gente, a quien dijo en alta voz --Caballeros: Qué traición es ésta que hacen contra su Adelantado? Ellos respondieron: No es traición, que todos somos servidores de S.M., a cuyo servicio conviene que V.S. sea preso y vaya a dar cuentas a su Real Consejo de sus delitos y tiranías. A lo cual dijo el Adelantado, cubriéndose con su rodela y espada: Antes moriré hecho pedazos, que permitir tal traición. Al punto todos le acometieron, requiriéndole se rindiese, si no quería morir hecho pedazos; y cargando sobre él a estocadas y golpes, llegó Jaime Resquin con una ballesta armada, y poniéndola al pecho del Adelantado, le dijo: Ríndase, o le atravieso con esta jara; y él le respondió con semblante grave, dándole de mano, de modo que le apartó la jara --Desvíense ustedes un poco, que yo me doy por preso; y corriendo la vista por toda aquella gente, atendió a don Juan Francisco de Mendoza, a quien llamó, y dio su espada, diciendo: A usted señor don Francisco entrego mis armas, y ahora hagan de mí lo que quisieren. Al punto le echaron mano, y le pusieron dos pares de grillos, y puesto en una silla, le llevaron a la casa de García Venegas rodeado de soldados, y le metieron en una cámara, o mazmorra fuerte y oscura, poniéndole 50 soldados de guardia. Al mismo tiempo dieron orden de prender al alcalde mayor Pedro de Estopiñán, Alonso Riquelme, Ruy Díaz de Melgarejo, Francisco Ortiz de Vergara, al capitán Diego de Abreu, y otros caballeros, quitándoles las armas, y asegurando sus personas, con cuyos hechos vinieron a usurpar la jurisdicción real, mandando cuanto les pareció, bien así por bandos y pregones, como por ministros y oficiales, de modo que no había alguno que osase contradecirles sin el peligro de ser severamente castigado y despojado de sus bienes. Luego los oficiales reales escribieron al Maestre de Campo avisándole de lo sucedido, sobre que le requerían no quisiese innovar cosa alguna, ni hacer algún tumulto, pues aquello había sido ejecutado de común acuerdo, y por convenir al real servicio y utilidad de la República; y así le suplicaban se viniese luego, pues le aguardaban, para que se tratase lo que más conviniese al bien común. Fue muy sensible al Maestre de Campo este suceso, y mucho más por no estar en su mano el remedio, por hallarse en la obligación los más principales capitanes, y sobre todo por sentirse él bastantemente enfermó de una disentería, que le tenía muy fatigado, de modo que no podía andar ni a pie ni a caballo; mas viendo el peso de negocio tan grave, se animó y se mandó llevar en una harnaca a la Asunción, donde se agravó tanto su enfermedad, que estuvo con mucho riesgo de perder la vida. Juntos los oficiales reales y capitanes determinaron elegir sujeto que los gobernase en nombre de S.M., y hecho los juramentos y solemnidades necesarias, dieron sus sufragios por cedulillas, como por una real provisión estaba ordenado: y conferidos los votos hallaron la mayor parte a favor del Maestre de Campo, y habiéndole hecho saber su elección, se escusó afectuosamente con el motivo de la enfermedad, de que decía estaba más para ir a dar cuenta a su Criador, que para tomar a su cargo cosas temporales, máxime donde había muchos caballeros principales, que merecían aquel empleo, y así que no había necesidad de ponerle en un hombre ya moribundo. Con estas demandas y respuestas pasó gran parte del día, hasta que a instancias del Veedor Alonso Cabrera, de los capitanes, Salazar, Nuño de Chaves, y Gonzalo de Mendoza, y de otros amigos y deudos del Adelantado, condescendió, y aquel mismo día que fue el 15 de agosto del año 1542 le sacaron a la plaza publica en una silla, y allí fue recibido al Gobierno de esta provincia con título de Capitán, habiendo primero jurado sobre un Misal de mantener en paz y justicia a los españoles y naturales de aquella tierra en nombre de S.M., hasta que por él otra cosa se mandase, y de despachar al Adelantado con todo lo procesado a su real y supremo Consejo. Y hechas las demás solemnidades, quedó recibido de la Suprema Autoridad de aquella provincia. En la misma elección se acordó de hacer una carabela de buen porte para el transporte del Adelantado a Castilla, la cual luego se puso en astillero a costa del real erario, aunque se acabó en mucho tiempo, pasando en todo él aquel buen caballero las mayores inhumanidades en la prisión, en que no le permitían tinta ni papel ni otra cosa de consuelo, pero en todo mostraba él su grande paciencia, y como fue consiguiente a su prisión el embargo y depósito de todos sus bienes, que eran de consideración, sólo le daban de ellos lo muy preciso para sustentarse. Sufrió esta penalidad poco más de diez meses, dentro de los cuales algunos amigos suyos intentaron sacarle de ella, pero como esto no había de efectuarse precisamente sino a sabiendas de los de la guardia que tenía dentro, concertaron con dos de ellos; y estando ya para ponerse en práctica, fue descubierto por los oficiales reales, y como éstos en todo tenían autoridad en la República, proveyeron de remedio, e hicieron que el general castigase a los motores de este negocio. De aquí nació otra violenta determinación, que fue que si por algún acometimiento sacasen de la prisión al Adelantado, luego le diesen de puñaladas, y muerto lo arrojasen al río, y que lo mismo se hiciese con el general Irala, si prontamente no concurría a reducirle otra vez a la prisión. De aquí dimanaron muchas diferencias y discordias entre los principales, y hubo de llegar la disensión a términos de rompimiento y común perdición, si la mucha prudencia y buen celo del general no hubiera acudido con tiempo a remedio, como adelante se verá.